19 marzo, 2009



Ayer quería hacer un entrenamiento más largo, probar con noventa minutos para ver que tal, pero el día se fue complicando, el trabajo, una llamada de mi mujer que tenía una conferencia, los niños, la cena, el mal tiempo. Al final, a las nueve de la noche, tengo una horita en la que me puedo escapar, mirada por la ventana, está lloviendo y hay una niebla importante. ¿Qué hago? decido salir, me pongo el cortavientos, una gorro para que el agua no se meta en los ojos y a la calle. Con la niebla que hay ni se me ocurre coger por la carretera general, así que me decido por la subida que lleva a Chanajiga. A medida que voy subiendo la niebla se cierra aún más y llega un momento en el que no veo ni mis pies, justo cuando llego a la altura del campo de fútbol de Palo Blanco veo que hay luces, sobre la marcha cambio los planes y a trotar dentro. Tenía todo el campo para mí sólo, con iluminación y todo no se veía a más de veinte metros, así estuve unos veinte minutos, dando vueltas dentro y calculando para llegar a casa tras una hora de entrenamiento.
La bajada la hice con mucho cuidado porque apenas se veía y tenía miedo de meter el pie en algún agujero o resbalar con alguna línea de pintura de la calle. Hacía tiempo que no disfrutaba tanto en un entrenamiento, las calles para mí solo, sensación de soledad absoluta, oyendo sólo mis pasos, croar de ranas y los ladridos de algún perro. Anoche fue una de esas en las que te sientes feliz de poder tener esos ratitos. Seguro que más de uno me entiende.

1 comentarios:

Javi dijo...

Pues sí, te entiendo perfectamente.

 
 
 

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