Aprendiendo

Sigo a lo mío, intentando acumular kilómetros para la Trans con la ilusión de poder terminarla.

El viernes un entrenamiento en La Rambla de Castro, el sábado tocó partido de fútbol en el que me hice un pequeño esguince por el que temí no poder hacer el entrenamiento del domingo, además se me unió algo de fiebre y una mala noche.

El domingo a las seis de la mañana estaba en pie, había quedado con David y Suso para hacer parte del Camino a Candelaria. Había dejado preparado todo por si acaso hacerme un vendaje para el tobillo pero al final creí que no haría falta.

Pasadas las siete estábamos todos en las truchas, hacía algo de frío y alguno andaba por allí en pantalones cortos, si es que... Después de algunas presentaciones salimos un grupito de ocho en busca del sendero que lleva a Candelaria.

El título de esta entrada va por lo que le entra a uno por las orejas cuando comparte entrenamientos con esta gente. Para ellos es algo normal pero, para mí, cuando oigo las kilometradas que se meten, mañana, tarde, nevando, ¡¡si alguno conoce mejor la subida al Teide que el pasillo de su casa!!, jaja.

De verdad que para mí es un placer compartir un rato con esta gente que ama y disfruta lo que hace.

Volviendo al entrenamiento, el grupito se estiró en la hora y cuarto de subida. Por cierto, qué frío al llegar al filo, se había metido algo de niebla y llovía un poco. Enseguida comenzamos la bajada por el otro lado para no enfriarnos. Suso y yo bajáríamos sólo un poco para volver sobre nuestros pasos, David llegaría hasta Candelaria y el resto del grupo haría el camino completo de vuelta.

En la bajada tuve un poco de mala suerte y al pisar una piedra me volví a torcer el tobillo aunque me recuperé y pude seguir aunque con más cuidado. La vuelta la hice a remolque de Suso, intentando no perderlo y mirando muy bien donde pisaba. Al final salieron dos horas y dieciocho minutos de entreno. Después de un café con leche, gracias Suso, la vuelta a casa y la satisfacción de otro entrenamiento cumplido.